Lujuria cárnica

Según el obispo auxiliar holandés Everard de Jong, “comer carne excita la líbido”

Ya te digo.
Basta ya de tonterías cuando supuestos expertos hablan de la cocina erótica con canelas, frutas prohibidas y demás pamplinas, cuando la carne es lo que realmente te pone a 100. Ver a ese chuletón desnudo antes de pasar al fuego, con sus curvas sinuosas, su justa medida de grasa y su sonrosada rojez vergonzosa hace de la Viagra un simple placebo. Y que decir de esas melosas carrilladas de larga duración y por supuestísimo del antológico rabo (hace poco lo probé con almejas y tuve delirios de purgatorio). Y esos maravillosos “petit four” que son los riñoncitos y las mollejitas de lechal, que dentro de la “iglesia de la carne” se podrían dar como hostias consagradas. Y las chuletillas de cabrito de “usar y tirar” que son pura gula. O ese pedazo de panceta a la brasa humilde, que te hace entrar en estado de trance espiritual cuando la grasa inunda las glándulas salivares. Que tiempos aquellos cuando ibas al campo con tu pareja y pecabas hasta el infinito, entre la pereza, la gula y la lujuria de las carnes.
Decididamente, tengo que darle la razón a este señor obispo, la carne me pone como una moto, palote, en celo, caliente, salido, en definitiva cachondo total.
Por este post y otro anterior va a parecer que estoy en contra de la Iglesia, algo que no es así, ni tampoco deja de serlo, ya que si ellos proclaman la abstinencia de la carne, yo desde éste, mi pulpito, os aconsejo la abstinencia de misa.

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